Capítulo 1: una escuela para la vida
La ESCUELA ACTIVA es la escuela de la acción. Por eso es activa. La acción es vida. Es pues la vida el insumo por excelencia que sustenta nuestro trabajo educativo. Así lo enunciamos a partir de nuestra certidumbre de que, respecto del aprendizaje informativo, no lo hay más completo que aquél en el que el alumno es sujeto activo, y respecto de lo formativo el propio alumno vive y actúa conforme a valores universales irrenunciables, de cuya operancia y permanencia él mismo es depositario y guardián. Afirmamos pues que la ESCUELA ACTIVA aspira a una educación integradora de todas las facultades humanas, en la que la vida del educando es tanto el instrumento que educa como el objetivo educativo.
Entendemos como aprendizaje integral el que resulta de vivir aquello que se aprende por encima de aquel en el que el maestro predica y el alumno es oyente pasivo. Para este efecto, la escuela debe constituirse en un núcleo social con vida propia, en donde el niño es el actor principal de su proceso educativo. Y enfatizamos: el objetivo final de la ESCUELA ACTIVA es educar, lo cual es mucho más que instruir, informar y hasta domesticar. Y entendemos por educación el acto de amor -no de lucro- que deviene la acción transformadora hacia estadios humanos superiores.
Por ser este proyecto tan ambicioso respecto de sus métodos, técnicas, objetivos e ideología, hemos de concluir que la ESCUELA ACTIVA es, sobre todas las cosas, una actitud ante la vida.
Postulamos que la educación no es -nunca debería de ser- aquella que cumple con informarnos sobre las cosas, sino la que nos acerca y nos pone en armonía con ellas investigándolas, conociéndolas, distinguiéndolas, discriminándolas. Para que esa necesaria armonía se manifieste, es necesario acercar al educando a la naturaleza de todas las cosas y las ideas, lo cual se consigue propiciando la investigación, el espíritu inquisitivo, la exposición y la crítica. Permitir que el niño conozca y se identifique con el mundo que lo circunda, estimulando el surgimiento y la manifestación de la vida que vive en él, es el principio y uno de los objetivos fundamentales de la educación activa. Puede afirmarse, consecuentemente, que la ESCUELA ACTIVA educa para la vida por medio de la vida.
Las implicaciones sociales y familiares que ello supone suelen ser trascendentales. El hecho simple de aprender para vivir y para elegir una vida, en lugar de aprender para convertir la mente en una gaveta inerte de datos memorísticos, casi siempre inútiles e innecesarios, es lo que constituye la diferencia entre esta escuela y las escuelas tradicionales-convencionales. Y, por cuanto esto implica el advenimiento de toda una conducta ante la vida, en vez de la preservación de un mero sistema deshumanizado y dogmático -a menudo en franca contraposición con lo establecido en el medio familiar- es preciso adquirir conciencia de que este advenimiento implica una valiente y honesta reconsideración de muchos de los presuntos valores, costumbres y tradiciones sociales y familiares que son comunes.
Pueden mencionarse, entre otros, el respeto a la personalidad del niño, el derecho a su determinación, el reconocimiento a su derecho a la libertad racional y constructiva y, muy especialmente, la conciencia inequívoca de que el niño no es ni debería ser jamás un adulto minimizado, sino una criatura profundamente sensible, infinitamente matizada e incomparablemente abierta a la creatividad, a la investigación, a la curiosidad, a la movilidad, a la fantasía y también -¿por qué no?- a las formas naturales de rebeldía contra aquello que lo lesione, subestime o destruya su naturaleza.