Capítulo 4: una escuela alegre
En la Escuela Activa es el maestro la figura emocionalmente más cercana a los niños. Es él quien guía, quien colabora con ellos, quien ayuda a tomar decisiones, quien proporciona fuentes de información, quien respeta y es respetable; es en fin, el que no amenaza ni intimida ni limita y hasta puede ser objeto de crítica si, a juicio del grupo, comete alguna injusticia. Esta relación maestro-alumno hace posible un tipo de niño capaz de amar, de comprender y de respetar a los demás, en justa correspondencia con el amor, la comprensión y el respeto que recibe. En este ambiente se produce la armonía de intereses que hace posible uno de los más caros ideales de la Escuela Activa: ¡salvaguardar la alegría del niño!
Cuando acudir a la escuela es motivo de júbilo y de euforia, el niño vive de acuerdo con su naturaleza. Si la relación maestro-alumno está fortalecida por lazos afectivos legítimos, esta relación no solamente se traduce en un elevado índice de aprovechamiento, sino que coadyuva poderosamente al florecimiento de la madurez emocional, al establecimiento de relaciones interpersonales constructivas y a la adquisición de la seguridad y la confianza necesarias para toda la vida futura del niño. Esto es consecuencia natural de que el niño no tiene que luchar contra el maestro ni defenderse de él. No habiendo desgaste de energía por estos canales, no teniendo que rebelarse el niño contra actitudes inflexibles tanto en lo académico como en lo emocional, el niño es precisamente eso: ¡niño! La escuela activa quiere seguir sutilmente la pista de la evolución natural del niño, jamás precipitarlo para que alcance en el menor tiempo posible -a costa de neurosis prematuras- otras metas y otros objetivos que no sean los propios de su edad.
Hay infinidad de escuelas que fincan su presunto éxito en la prisa. Pueden llamarse escuelas "priseras" porque tienen mucha prisa en precipitar la madurez y el aprendizaje. Lo que se consigue, en todo caso, es que el niño memorice más y mejor, mas no que comprenda aquello que memoriza y que en tantos casos es aprendizaje inútil. El tiempo que vivimos los adultos, tiempo de competitividad salvaje y de celeridad neurótica, ha trastocado el ritmo de maduración del niño. Así infinidad de gente cree que la buena escuela es aquella que produce niños que en primer año escriben cincuenta palabras por minuto, dominan el inglés y operan la computadora. ¿Y el niño, en dónde quedó el niño, aquel ser en capullo cuyo ritmo natural es pausado, sereno y sutil?
La escuela jamás debería perder de vista que precipitar la madurez es un atentado contra su naturaleza. El niño tiene derecho a vivir su vida al ritmo que le es propio, y este ritmo no está signado por la precipitación neurótica, que es sello distintivo de nuestro tiempo. En virtud de lo anterior, queremos una escuela dinámicamente serena, rítmicamente activa, en contraste con tantos centros de domesticación en los que la represión es sinónimo de orden y el autoritarismo ha suplantado la disciplina. Una escuela, en fin, en la que el niño viva su vida activamente, involucrándose, participando, comprometiéndose con el proceso educativo que corresponda justamente al momento que vive física, emocional e intelectualmente, esto quiere decir: a su edad.Y es preciso tomar en cuenta que la edad del niño no debería jamás ser precipitada en aras de formas de madurez falsas o aparentes que invariablemente lesionarán su ritmo evolutivo natural.
Muchos padres vienen a la Escuela Activa y aducen como principal motivo para inscribir a un niño que en la escuela donde se encuentra es rechazado porque el niño es muy inquieto. Nosotros pensamos que los niños que no son natural y sanamente inquietos deben estar enfermos...o domesticados por una educación represiva. En aquellas escuelas, la inquietud del niño se reprime y se mata. En la Escuela activa la inquietud del niño es la materia prima que, transformada en trabajo, da por resultado un aprendizaje racional y un proceso gradual de madurez del que resulta el niño maduro e inteligente.